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EL DIA DE SU MUERTE SUS "DANTZARIS" HABIAN ACTUADO ANTE S.M. 
ISABEL II LAS PRIMERAS EDICIONES DE SU OBRA
 
Una serie de recuerdos de Iztueta que conservan sus descendientes. El manuscrito empaquetado corresponde a su  testamento, que fue otorgado en 1820

El Correo Español -- El Pueblo Vasco, 19 Noviembre de 1967

Aquella tarde, Juan Ignacio de Iztueta se encontraba bastante mal. Hacía algún tiempo que se había retirado, desde San Sebastián, hasta su dulce rincón natal de Zaldivia. Dejó la capital de Guipúzcoa y se fue empujado por los fríos de la vejez, tras sus viejos recuerdos de infancia. Como digo, aquella tarde Iztueta se encontraba bastante mal. Sin embargo, cuando don Francisco Ignacio de Urretavizcaya, párroco del lugar y cosechero de garbanzos por más señas, se acercó al lecho en el que reposaba, sus ojos se iluminaron por unos momentos.

--Señor vicario, tenemos buenas noticias—murmuró con un hilo de voz.
--¿qué noticias son esas? –quiso saber el tonsurado.
--Qué mis chicos han bailado muy bien en Santa Agueda.

Ha buen seguro, don Francisco Ignacio se hallaba ya al tanto de que los “dantzaris” que dirigía Iztueta habían actuado en Mondragón y más concretamente  en el balneario de Santa Agueda , ante la reina Isabel II , en jira por el País Vasco. Pero, si no estaba enterado, ya ningún otro particular pudo sacarle a Iztueta, ya  que aquellas fueron sus últimas palabras. Instantes más tarde, sin volver a despegar los labios , fallecía.

UNA GRAN OBRA
Fue cabal y respondía a lo que había sido la vida de Iztueta, su muerte. Con genio y figura se hacía bajar a la sepultura aquel intérprete genial del alma de su pueblo que, en gran parte, vivió dedicado a la práctica y salvaguarda de las viejas danzas vascongadas. No es de extrañar, por tanto, que sus postreras palabras fueran para regocijarse por un triunfo de los “dantzaris”.

Iztueta, que llegó al terreno de la pluma en fecha bastante tardía, cuando las cuadernas  de su cuerpo  comenzaban ya a notar el peso de los años, alimentó desde su mocedad  el ansia de velar por la pureza de los bailes vascos ,  que tras la Guerra de Independencia, y tal vez a causa de ella , habían comenzado  a perderse y, lo que es casi peor, a desvirtuarse sensiblemente.

Fruto de sus inquietudes, fue un libro de florido y completísimo título que Ignacio Ramón Baroja  editó en 1824, en San Sebastián. La obra, escrita en vascuence, se llamaba así: «Noticias o historia de las más memorables danzas de Guipúzcoa con los antiguos aires y las palabras en verso, con la instrucción y enseñanza para bailarlas bien uno mismo. Obra útil y muy necesaria para conservar los entretenimientos sin maldad de los guipuzcoanos y los usos tan amados de estos aborígenes españoles, distinguidos por su ilustración y la pureza de sus costumbres, cuyo autor es don Juan Ignacio de Iztueta, natural de Zaldivia...».

 
Una casa de barrio de Bozate, en Arizcun, valle del Baztan . Este es el último reducto de los agotes, con los que , durante siglos, se efectuó la práctica del "puente", referida por Iztueta  
Este trabajo, conocido en su factura original como «Guipuzcoaco dantza gogoangarrien condaira», no contenía, en realidad, todo lo que su título expresaba, pero, así y todo, fue justamente apreciado, pese a lo cual la primera edición tardó cincuenta años en agotarse y la segunda, salida de las prensas en 1895, aún se encontraba por las librerías donostiarras medio siglo largo más
tarde.

VENTANA AL PASADO

El «Guipuzcoaco dantza» se ha hecho hoy rarísimo, ya que circulan por ahí muy pocos ejemplares del mismo. Esto, unido a que está escrito en vascuence, le ha restado mucha difusión. De todas maneras existen bastantes traducciones y comentarios parciales, aunque está por llegar la versión Castellana total e íntegra, que contradiga los prejuicios expresados por Ángel de Irigaray, según el cual los libros de Iztueta desafían «con garbo» la traducción.

El mundo de la danza que nos descubre el gran zaldiviatarra es, en primer lugar, riquísimo y, después , sorprendente. En las décadas iniciales del siglo XIX, por lo que se ve, la practica del baile era aún algo que además de abarcar las lógicas vertientes del regocijo popular, se infería profundamente en las prácticas sociales. Se iba al baile como a una ceremonia, en la que tomaban parte incluso las autoridades civiles  y eclesiásticas. También los espectadores jugaban un papel activo en el espectáculo, como si nadie pudiera privarse de gozar directamente del mismo.

En algunos pueblos que Iztueta enumera, los alcaldes se correspondían gentilezas invitándose mutuamente a bailar en las jornadas de gran solemnidad. Por ejemplo, el día de San Martín bailaba  en Ataun el alcalde  de Lazcano y el día del Carmen ponía de relieve sus habilidades de “dantzari” en Lazcano el primer ciudadano do Ataun.

No puedo, ni someramente, entrar en la descripción de la serie de danzas a las que se refiere Iztueta, ya que ocupan, de por sí, un abultado haz de páginas. Si acaso enumeraré algunas de las aún; conocidas y practicadas, como por ejemplo, la “Guizon-Dantza”,  “Karrikadantza”,    “Espata-Dantza”-, “Brokel-Dantza”,”Jorrai--Dantza», “Zagui-Dantza.», etc.

EL PUENTE DISCRIMINADOR

Una de las cosas de las que habla Iztueta es del “puente” con el que se trataba de controlar a quienes iban a participar en el baile, para expulsar así de él a los considerados como indeseables Caro Baroja, al referirse a este punto, lo interpretaba así:

«El criterio moral, de estrecha moral aldeana, era el que se seguía en muchos casos. Pero en otros es claro que iba unido a un criterio racista.»

Yo recuerdo que cuando estuve hace unos meses en el Valle del Baztán, me aseguraron que hasta no hace muchos años se siguió efectuando el «puente» para evitar que los agotes participasen en la danza. Tamaña práctica aún es habitual en el «ingurutxo» de Leiza, aunque ignoro si lo que la motivó allí fue también la presencia de los agotes.

Lo curioso es que Iztueta, que, como habré de decir en otro capítulo, no era ciertamente un moralista y, por el contrario, se vio envuelto en más de un feo asunto e incluso conoció los barrotes carcelarios, defendía los «puentes» como invención sana y recomendable.     

VICENTE TALON