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IZTUETA, PREDECESOR DEL FOLKLORISMO 
En este capítulo voy a poner en relación a la personalidad y a la obra de Juan Ignacio de Iztueta dentro del contexto etnomusicológico, basándome para ello en la aplicación del modelo teórico planteado por Josep Martí (1996) en su obra El folklorismo: uso y abuso de la tradición. En palabras del propio autor, el folklorismo es (p. 19);
 
“dicho de una manera muy genérica y sencilla, el interés que siente nuestra actual sociedad por la denominada cultura “popular” o “tradicional””
 
Se trata, pues, de un concepto diferente al de cultura tradicional (pp. 22-23):
 
“Si toda manifestación de la cultura tradicional se encuentra inmersa en su “realidad”, en su contexto sociocultural concreto, una de las principales características del folklorismo reside en su pertenencia a dos realidades diferentes, distantes entre sí por el tiempo o no, el espacio. [...] Ninguna manifestación folklorística, atinada o no, podrá llegar a entenderse de manera plena sin tener en cuenta este juego implícito entre dos realidades diversas. Si el folklore es vivencia, el folklorismo es vivencia de una vivencia.”

De esta manera, (p. 50):
 
“folklorismo es tradicionalismo: la presentación consciente e intencionada de contenidos culturales pertenecientes al pasado con la capacidad expresa de conservarlos o de recuperarlos. El folklore, tal como yo he apuntado anteriormente, implica “continuidad”, mientras que el folklorismo -que de alguna manera alude a algo perdido- significa “voluntad de continuidad””.

¿Podemos afirmar que es esto lo que hace Iztueta? Será más fácil verlo si nos atenemos a algunas de las características del folklorismo. Si atendemos a su base ideacional, una característica básica de la misma es la de que, dentro de esa reivindicación del pasado, la antigüedad se convierte en un valor en sí mismo: cuanto más antigua sea una referencia, tanto mayor será su valor “folklórico”. Iztueta no se muestra

muy elegante, pero sí enormemente significativo, en pasajes como estos (p. 234):
“Zapata zarra, mando zarra, eta atso zarra urruñagarriac edo despreziableac izan arren; olio zarra, ardo zarra, eta urre zarra, edozeñec daki maitagarriagoac diradena, berriac baño. Gure soñu zarrac ere anziña-anziñacoac eta ere lendabizicoac asmatuac izan arren, ez daude usanduac eta gaikitaduac, eta are guchiago kemen gabetuac; baizican jayo ziraden egun ber berean bezain guriac, mardulac, pisscorrac, eta gozatsuac.”   "Aunque el zapato viejo, la mula vieja y la mujer vieja son despreciables, cualquiera sabe que la gallina, el vino añejo y el oro viejo son más estimados que los nuevos. Nuestras antiquísimas melodías, aunque creadas por nuestros ancestros, no están en desuso, y menos sin vigor, sino tan   robustas, frescas y agradables como el día en que nacieron."

Por ello, con frecuencia, se produce el sentido inverso: la utilización de los pocos datos disponibles acerca del uso de cualquier tradición para considerarla de la mayor antigüedad (vide por ejemplo Pelinski 1991). Como hemos visto, Iztueta encontró en el Apologismo vasco una doctrina que le hacía remontarse sin esfuerzo hasta los nietos de Noé. Ello le servirá para “demostrar” una antigüedad desmesurada de la danza y la música vasca. Tampoco será difícil atribuir al de Zaldibia coincidencia total con otro de esos ingredientes de la base ideacional del folklorismo. Siguiendo de nuevo a Josep Martí (p. 62):
“Siempre que haya ideología, no hallaremos tan sólo elementos culturales preferidos sino que también los habrá proscritos y perseguidos. Dado que el folklorismo es ideología, no nos ha de extrañar en absoluto que muy a menudo presente el carácter de una verdadera cruzada, por una parte, abismada en conservar determinados elementos, y por la otra muy virulenta al mismo tiempo hacia todo aquello que se considera nocivo y se desea, por tanto, desterrar”
 
Monumento a Iztueta,por Nestor Basterretxea (1967). Plaza de Euskadi.San Sebatia
No creo que haga falta repetir ninguno de los párrafos de Iztueta en los que éste se explaya a gusto contra las danzas o la música extranjera, o contra los que abandonaban las costumbres tradicionales vascas.Tampoco creo que haga falta demostrar el sentimiento de etnicidad (otra característica inherente al folklorismo) presente continuamente a lo largo de toda la obra del de Zaldibia. Bastaría recordar aquel pasaje en el que se refería a los que hacían bailes nocturnos sin dejar entrar al pueblo y afirmaba de ellos que “no corría por sus venas ni una sola gota de la sangre de la raza de los vascos” (p. 198) Y otro tanto podríamos decir del proceso de idealización al que se somete el material folklórico imposible no recordar tantos y tantos párrafos del guipuzcoano al leer párrafos como éstos, recogidos por Josep Martí de diversos testimonios de la Cataluña de principios de siglo:
“Las diversiones catalanas indígenas son sencillas, populares y hermosas, y, no obstante, esta generación nuestra que se titula democrática será, según todas las apariencias, las que las verá desaparecer y sustituir por otras que ni moral ni estéticamente pueden con ellas compararse(1)

“la juventud, se entrega durante las fiestas del año a expansiones como las del baile, que de ninguna manera podemos alabar, por haber dejado todo el aire catalán, y porque se practica encovado en salas, donde las muchachas, como quien va a la dula, van sin sus madres, poniendo así el pie en el estribo del peligro(2)"
Ni tampoco parece muy descaminada esta otra, recogida en Mallorca, en mi opinión bastante indicativa de cuál fue la clase social de la que arrancó el interés por la cultura tradicional:
“Para acabar os contaré un hecho que un amigo mío, mallorquín de verdad, puso en práctica, y si así lo hiciesen todos, no tendríamos que sufrir y aguantar esta invasión de melodías y cantos extraños, que rebajan nuestro gusto musical y pervierte al pueblo, tan sencillo e impresionable como es el mallorquín. Este amigo mío se encontraba en un olivar de una hacienda suya [...] De pronto lo distrajo de sus fantasías la ronca voz de un podador que desaforadamente cantaba el ¡Tápame, Tápame...! Mi amigo quedó un momento pensativo e hizo venir al encargado de la hacienda y le dijo: mira; haz e1 favor de buscar a aquel trabajador que canta en castellano, encaramado en el olivar, le pagas el jornal y que se vaya a casa. El encargado quedó un poco serio, porque no comprendía tal orden; pero mi amigo le dijo: no puedo consentir que este lugar tan apropiado y tan mallorquín, donde hay música y tonadas, tan adecuadas a la labor de podar, sea profanado por este hombre con malas melodías de cuplés cursis [...] Porque señoras y señores, la canción mala y exótica se ha infiltrado de tal manera dentro del alma de nuestro pueblo, que es necesario que todos los que amamos Mallorca, hagamos algo para desterrar estos malos cuplés (no hablemos de sus letras) y hacer revivir las tonadas mallorquinas [..,] Y si todos lo hiciésemos así, y si todos los mallorquines que se sienten orgullosos de haber nacido en la patria del gran Ramón Llull aportasen su grano de arena para nuestras melodías y canciones populares, no tendríamos que sufrir esta invasión de música chabacana de Marcha de Cádiz y Ven y Ven, que no hacen más que pervertir el buen gusto musical y moral de nuestro pueblo.”(3)
Con todo, en mi opinión es más destacable -y más útil para mi trabajo- el citar dos de las características más importantes que cita Martí como inherentes al producto folklorístico. En primer lugar, el hecho de que, como he indicado, el producto folklorístico pertenezca a dos realidades distintas: -el presente y el pasado- hace que varíe necesariamente respecto del producto original: es preciso que la estética del producto original sea lo suficientemente cercana al espectador como para que éste la pueda hacer suya. Igual que una ejecución supuestamente muy próxima al original de las soñu zarrak del Cuaderno de Melodías de Iztueta(4) es difícil que levante pasiones entre oídos educados en un sistema y unos valores musicales muy distintos, la música y la danza folklórica vivieron un proceso de estilización y mestizaje con la cultura erudita sin la cual seguramente tanto la una como la otra hubieran sido demasiado extraños a la alta sociedad europea del siglo XVIII para hacerlo posible. En las palabras de Martí (p. 83):
 
“La mutación experimentada por una manifestación cultural tradicional cuando es folklorizada puede ser considerada como un proceso de tipo aculturativo que se produce entre diferentes subsistemas de una misma cultura. En principio, hay que considerar el producto folklorístico como el resultado de un proceso de transformación interno al sistema. Pero a otro nivel de análisis, tomando como unidades de contraste los diferentes ámbitos culturales que podemos calificar de subsistemas, es evidente que el resultado final de un producto cualquiera folklorizado se obtiene como consecuencia del choque entre diferentes ámbitos culturales: entre aquel que ofrece un producto legado por su tradición y aquel que lo asume pero que lo modifica con tal de adaptarlo a su propia realidad.”
Por otro lado, y esto es una de las características que más me interesan: folklorismo, que considera la tradición como un valor en sí mismo, cuando identifica y fija un producto como tradicional, lo inmoviliza, considerándolo como un modelo de autenticidad incompatible con la idea de cambio. De nuevo en palabras de Martí (p. 83):
 
“Dado el cariz tradicionalista del folklorismo, una vez que estos elementos están identificados y fijados, se someterán al cambio de manera mucho más difícil de lo que  acontece con las denominadas manifestaciones culturales tradicionales: se solidifican”.
En otras palabras: el proceso folklorístico implica un cambio, cambio nunca reconocido como tal, en el que se presenta un producto fruto de un mestizaje -una invención de la tradición- como costumbre “auténtica”, cuya remota antigüedad le proporciona una sacralidad que la convierte en inamovible. En mi opinión, esto es precisamente lo que hizo Iztueta: justificar los cambios que estaban haciendo los ilustrados no como tales cambios, sino como una tradición cuya invariabilidad se derivaba directamente de su extrema ancianidad. En ello se adelantó en mucho a una tendencia que sólo se va a generalizar a comienzos de nuestro siglo.
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1 Josep TORRAS I BAGES: La Tradició Catalana. Barcelona, 1924, pp. 87-8; cit. y trad.en Martí (1996:61)
2 Valeri SERRAI BOLDÚ:Calendari Folklòric d'Urgell. Barcelona, 1915, p. 81; cit. y trad. en Martí (1996:61)

3 Antoní POL:Tonades populars mallorquines,en Tresor del Avis, nº 13, p. 12 (1923); cit. y trad. en Martí (1996:64-5)

4 Véase la grabación de José Inazio Ansorena: Gipuzkoako soinu zaharrak. IZ-461-KD.

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