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Izarra DesgaitutaIzarra DesgaitutaIzarra DesgaitutaIzarra DesgaitutaIzarra Desgaituta
 
 
   
    Vicente Talon con las zapatillas de baile de Iztueta. Su chaleco, que hacía juego con ellas, se ha perdido. El otro objeto, una bandera española, formaba también parte del equipo con el que danzaba Iztueta.
El Correo Español-- El Pueblo Vasco 23 de Noviembre de 1967
 
     

Aún conservan una serie de objetos que le pertenecieron, entre ellos su testamento

Cuando hace unos días estuve en Zaldivia, el pueblo natal de Iztueta, quise ver a los parientes del autor del “Guipuzcoaco dantza”. No fue difícil llegar hasta ellos y después de explicarme con toda suerte de detalles el grado de ese parentesco, del que sientes sumamente orgullosos, me mostraron las reliquias de Iztueta que aún conservan.

«Nuestro padre, me dicen, las tenía guardadas en un armario y lo único que nos repetía siempre era que no las dejáramos perder. Sin embargo, algunas cosas han desaparecido ya».

Lo que ahora les queda, en realidad, no es mucho. Veo una bola embanderada, clásica de los antiguos capitanes de «dantzaris», dos corbatas también de baile, dos fajas, el testamento de nuestro personaje, unas medias de hombre y unas zapatillas artísticamente floreadas.

«Estos medios tienen la razón de ser en el hecho de que Iztueta bailaba con pantalón corto, a la moda aragonesa. Como las zapatillas, teníamos un chaleco igual , que hacia juego con ellas. Pero ha desaparecido. También desapareció el manuscrito del «Guipuzcoaco dantza». El Padre Azcue vino aquí y se lo llevó, prometiendo devolverlo al poco, pero jamás lo hizo. Yo mismo fui una vez a Lequeitio para pedírselo, pero él se encontraba en otro sitio o no me quiso recibir. Luego nos enteramos que había muerto y lo dimos ya por definitivamente perdido», me dicen.

La historia de Azcue me divierte. En realidad, no es ésta la primera vez que tropiezo con sus huellas. Ya en otros lugares, como en la Echaburutorre de Izurza, me encontré con el paso de este estudioso vasco y con sus solicitudes de libros y de documentos que, después, se «olvidaba» de devolver.
EL CASO DE LA BANDERITA

Una de las cosas que mas me llama la atención es la bola embanderada. Desde luego, si le pertenecía no era la única que de él anda por ahí, ya que el Padre Donosti, en uno de sus escritos, habla de un tal Francisco María Olarán y dice textualmente: «Le conocí por haber venido durante algún tiempo a nuestro colegio de Lecaroz a enseñar a nuestros alumnos los bailes vascos en 1916. El nos dejó como recuerdo la bola, coronada con una banderita con la que Iztueta bailaba delante de sus cuadrillas».
   
Pujana con sus "dantzaris", en Zaldivia. Después de Olano está considerado como el principal continuador de Iztueta    

Entre todo este material evocador figura también una vieja fotografía de un cuadro «dantzari» en el que figura José Lorenzo Pujana, considerado como uno de los grandes continuadores de la obra de Iztueta. En ese documento, que a nuestro Claudio-hijo le faltó el tiempo de fotocopiar mejorando en gran manera el original, aparece también una de tales bolas. Sólo que aquí el que la sostiene no es el capitán, sino el muchachito que  aparece ante Pujana.

SIGUIENDO LA ESTRELLA

El nombre de Pujana nos coloca sobre la estela de quienes, tras la muerte de Iztueta, siguieron sus pasos. Quien ha escrito como nadie sobre este punto ha sido José Garmendia, sacerdote guipuzcoano que ahora está descubriendo cosas en el Archivo de Indias sevillano.

Según Garmendia, el continuador primero de Iztueta fue su paisano Olano, hombre probo y modesto al que se le conocía el oficio de tejedor. En 1885 Olano se vino a Bilbao con los chistularis y dantzari-chiquis de Villafranca. En el viaje, cumplido en un carro de bueyes, invirtieron cinco días y el saldo de sus ingresos fue tan exiguo que cuando poco después fueron contratados para actuar en Pamplona hicieron el camino a pie por los vericuetos de la sierra de Aralar.

Olano, como el mismo Iztueta , falleció cabalmente. Al parecer debido al esfuerzo desplegado para superar el «aurresku» cumplido por su rival Francisco María Olarán, con ocasión de las fiestas de Santa Isabel, en Zumarraga.

Su ausencia, no se cubrió verdaderamente hasta la llegada de Pujana, que «reinó» durante muchas décadas, falleciendo en 1947. A su muerte se le obsequió con estas líneas: «Desde los primeros años de su infancia, a la sombra del Murumendi y a las órdenes de su maestro Olano, hasta los días finales de cansancio y de vejez, la vida de Pujana ha sido verdaderamente una donación y una entrega de corazón a las danzas. Sencillo y jovial, alegre portador de valores raciales insospechados, con esa inconsciencia un poco ingenua de nuestros bardos, su figura tenía toda la fuerza y el color de una estampa vieja y primitiva».

EL PADRE BARANDIARAN

Aunque quienes hablan de continuadores de Iztueta se centran siempre en las figuras de los «dantzaris», yo creo que también merecen este título gentes que se han movido en otros campos. Tal es el caso, por ejemplo, de  Padre Salvador Barandiaran, que aunque se apellida igual que el famoso etnólogo de Ataun, nada tiene que ver con él. El Padre Barandiarán es un discípulo de Iztueta y bien que lo precisó en 1961, en una entrevista que para estas mismas páginas recogió Martín de Retana:

«Hace veinte años que pensó en sistematizar las danzas vascas, describiendo detallada y minuciosamente su coreografía. Las normas que sigo son las de Juan Ignacio de Iztueta. El mérito máximo de este coreógrafo es el de haber sido consciente de la importancia del folklore allá hacia 1820. Creo que Iztueta se ha adelantado a todos los técnicos de Europa en esta labor. Ahora lo que yo trato es de salvar nuestra tradición coreográfica y preservar nuestras danzas del peligro de desaparecer que, aunque por el momento parece lejano, sin embargo es posible. Desde Iztueta se han oscurecido y perdido zortzicos y letra de varios de ellos, siendo así que en su época tenían vida floreciente»,

También en el campo de la prosa vasca, Iztueta ha tenido seguidores. Y eso que su redacción fue terriblemente zaherida, como por ejemplo por el notable euskólogo príncipe Napoleón, quien en una carta al Padre Uriarte le decía que había que cuidarse del
vascuence de Iztueta como da los propios escorpiones.

Desde luego, una opinión tal vez demasiado dura e incluso injusta, ya que no ha creado escuela.


VICENTE TALON

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