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ORDEN Y JERARQUÍA SOCIAL EN LAS DANZAS 
SEGÚN IZTUETA

Ya conocemos la jerarquización  que implicaban las danzas las vascas, y cómo habían sido consideradas como expresión de autoridad y poder(1). Con todo, ninguna de las descripciones de la época con las que contamos reflejan nada parecido al ceremonial que incluye Iztueta en su versión de las mismas. Jerarquía que se establece en el propio baile: al hablar de la brokel-dantza, por ejemplo, se expresa así: (p. 218)
 
“Dantza onetaraco bear-dira 12 lagun, eta buruzaria edo capitana 13 garri  […] Janzi berdin-berdiñac   bear   dituzte   12 dantzariac, eta oen gain gañecoa buruzariac.

Brokel-dantza icasten asitzen diradenetic, alie eta bucatu artean, obeditu bear diote buruzariari beste amabiac, alcati bati bezin-ongui, ala soñecoen gañean, nola beste   edozein gauza, dantzari dagozkionetan”
 
“Para esta danza se necesitan doce personas, y el jefe o capitán la décimo tercera […] llevar vestimenta idéntica, destacando sobre ellas la del jefe.

Desde   que   empiezan   a aprender la brokel-dantza hasta que terminan, los otros doce deben de obedecer al jefe exactamente igual que a un alcalde, tanto en materia de vestimenta, como en cualquier otra relativa a la danza”
Como es lógico, esta concepción llega a grados de auténtica ceremonia en el caso de lo que él llama gizon-dantza, o baile de hombres, que es la versión que ofrece del aurresku. En efecto. Como sabemos, Izlueta ofrece toda una clasificación del mismo (gizon-dantza; gazte-dantza; eche-andre-dantza; escu-danza galaiena y escu-danza nescachena) en función de quién es el sujeto del baile, que está directamente relacionada, como ha llegado a nosotros por tradición, con el ceremonial que se utiliza en ella. Porque estaba claro que la soka-dantza o aurresku se bailaba muchas veces al cabo del año. Y, si bien es cierto que encabezarlo siempre suponía un honor, el protocolo no era el mismo si realmente bailaban alcalde y concejales, si de lo que se trataba era simplemente de la elección del mayordomo o danbolinausi para las fiestas de un pueblo, o, si lisa y llanamente se correspondía con un domingo cualquiera del año.

Según la descripción que da Iztueta de la forma más solemne y elaborada, la gizon-dantza, la cadena que empieza el baile debe iniciarse en el salón del ayuntamiento, acompañando al aurresku o primera mano el alcalde y al atzesku o última un concejal(2). Desde allí se baja a la plaza al son del tamboril. Lo primero que hace el dantzari que encabeza el baile es saludar a la nobleza y a los componentes del ayuntamiento, que están en el balcón; las mujeres que ocupan los puestos de privilegio son las de más alta alcurnia, ocupando la del alcalde el lugar de preferencia. Al ejecutar los “zortzikos de saltos” la figura del azkendari (zaguero) debe esforzarse por permanecer en un segundo plano ante al aurrendari (delantero) (p. 178):
 
“Azquendari-onec dantzatu-ditzake nai dituen aimbat zortzico, baita soñu zarrac ere, baldin aurrendariac dantza-artan dantzatu baditu, baña ez bestela; zergatic ichuskidan  aurrendaria  baño jakintsuago bere burua eguitea.”
  “Este azkendari puede bailar tantos zortzikos, así como soñu zarrak como quiera, siempre y cuando el aurrendari los haya bailado en esa danza, pero no en caso contrario, porque es feo aparecer como más sabio que el aurrendari.”

Tras esto, puede ocurrir que se haga una karrika-dantza (es decir, un pasacalles), o bien una merienda. Ningún testimonio nos ha llegado por tradición de esta costumbre, que parece sustituir en la mente de Iztueta a la famosa parte final que, junto con el hecho de bailar sin pañuelos entre las manos, tantas ampollas levantaba en la época. Parece ser idéntica a lo que Iztueta llama en otro lugar “edate-dantza edo karrika-dantza” (danza de la bebida o danza de la calle)  costumbre que sí nos ha llegado por tradición, y que sólo podía ser ordenada por el alcalde, ya que el vino que se consumía era ofrecido por el ayuntamiento.

La danza, en fin, concluye a los sones del alkate-soñua, que no es sino un minuete especialmente solemne a quien pone letra acorde con la ocasión el propio Iztueta, y que funciona como un auténtico himno municipal, de exaltación no ya del alcalde, sino del orden establecido. Véase si no la letra que le coloca Iztueta (1826:46):
 
Alkate jauna, bedori
ezagutzen degu agintari.
Jostaldiatu nahi genduke
bedorrek atsegin baluke,
nahierara ta garbi.
Inori ez gaitzik egin
izan ez nezakean min:
atsekaberik ez eman niri:
jostatu zaitezte emeki
herria pozkida dedin.(3)

Y no estará tampoco de más incluir el significado que da Iztueta a esta melodía (p. 62):
 
“Soñu señalatu errespetuoso au enzutean, plazan arkitzen dan jende guzia oroitzen-da Jaun-goicoarekin Erregueren izenean jarriric-dagoen   errico-buruzari aundientsuaren agintza indartsuaz, eta bera aurketzean egon-ez-arren, lotsa eta beldur izaten-dira leguearen contraco gauzaric ez ezen, bide gabekeriric chikiena ere iñori eguitea.”   Al escuchar esta respetuosa y señalada melodía, toda la gente que se encuentra en la plaza se acuerda del fuerte poder que el jefe del pueblo posee en el nombre del rey y de Dios, y aunque éste no se encuentre presente, se produce vergüenza y temor por las cosas que van contra la lev, v aún por hacer el más mínimo mal a nadie.”

¿Cómo que “aunque [el alcalde] no se encuentre presente?” ¿No era el que habíamos dejado acompañando al aurresku? Si esta última costumbre realmente existía, no hay ninguna referencia en los polemistas de la época, como los padres Larramendi, Bartolomé de Santa Teresa o Palacios sobre la misma, y sí en cambio unas cuantas alusiones, como en su momento vimos, a la necesidad de que la autoridad pública estuviera presente en el baile: es de suponer por tanto que había un número de ocasiones más o menos numerosas en que el alcalde no sólo no bailaba ni “encabezaba” la danza, sino que ni siquiera estaba allí presente.

La denominación Alkate-soñua, como ya he indicado, no aparece antes de Iztueta, y desconozco exactamente cómo ha llegado hasta nuestros días. Las músicas que nos han sido transmitidas bajo esa denominación son minuetes, aunque con un tempo mucho más lento del habitual, seguramente por su uso no como baile, que era su sentido originario, sino como elemento de protocolo.

Con todo, creo que el aurresku según Iztueta resiste perfectamente la comparación con los bailes de la sociedad cortesana francesa. Según Rebecca Harris-Warrick (1986), en efecto, sólo una vez que el rey y la reina hubieran iniciado el baile, la reina bailaba con el caballero de graduación más elevada, que después danzaba con la señora de más rango, y así sucesivamente. Cada persona, pues, bailaba dos veces pero con compañeros diferentes y siempre en función de su rango.

En suma, Iztueta parece estar más bien esbozando un cuadro ideal que describiendo la auténtica realidad de las plazas de Guipúzcoa de su época. Lo que en realidad aparece en su libro es una auténtica reforma, y en una línea además que suponía algo más que el mero papel pedagógico de educar al pueblo parecido a la visión del teatro o la ópera que tenían los ilustrados. No sólo se trataba de evitar los actos deshonestos y contra la moral que propugnaba la Iglesia, sino también de lo que Thompson llama el “teatro del poder”, esto es: dar un papel de ceremonia social y política, de consolidación, reflejo y muestra de diferenciación y hegemonía social. Una diferenciación que no se da ya en el ambiente cerrado de los saraos, sino en la plaza pública: una muestra de acatamiento, en fin, a la autoridad política, a la minoría hegemónica. Porque, si de verdad se quería implantar esta danza entre las clases más favorecidas, deberían crearse en ella misma diferencias sociales. Y en este sentido, no será pues de extrañar, como bien ha indicado Urbeltz (1994: 493 y ss.) que esta danza acabe poco después adoptando el nombre de su principal actor, acabando por convertirse en aurresku.

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1 Los trabajos más interesantes en este sentido son los de Urbeltz (1994) y sobre todo Iñaki Irigoien (1991). Reveladoramente, tanto uno como otro citan fundamentalmente a Iztueta sobre el particular.
2 “batzartar prestu batec” (p. 170)
3 Señor Alcalde, en vos reconocemos a la autoridad. Sí a vos os complaciera, quisiéramos divertirnos honestamente. Sin hacer mal a nadie para no provocarme dolor o disgusto, podéis entreteneros en paz para alegrar al pueblo.

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