Fray Pedro de Aragaya pintado por Oñativia. Su aventura con "el Maragato" fue según Mugica, "hecho que sonó mucho en aquel tiempo" (1806) |
El Correo Español--El Pueblo Vasco 22 de Noviembre de 1967
Si Juan Ignacio de Iztueta sólo llega a escribir el “ Guipuzcoaco dantza”, muy posiblemente que su nombre no hubiese alcanzado en el firmamento de la cultura vascongada, la nombradía que se le ha dado.
Pero el caso es, que veinte años después de dar a las imprentas la obra antes mencionada, el zaldivitarra volvió a ponerse en contacto con los editores y les encomendó un nuevo y preciso manuscrito: la “ Guipuzcoaco provinciaren condaira edo historia” ; una descripción de la Guipúzcoa de su tiempo. Allí fue donde dio la medida de su perspicacia y de sus agudas dotes de observación, recogiendo una “suma” de aspectos de lo más interesantes.
Iztueta, hay que reconocerlo, pese a su afición a escribir y a las buenas dotes con las que desarrollaba esta tarea, no era hombre demasiado cultivado. Se trataba de un autodidacta y aunque en este aspecto no hay duda de que exagera , él mismo afirma, como recoge Francisco Gascue, “ que aprendió penosamente a leer sin enseñanza de escuela”
La pobre raíz cultural de Iztueta se puso en evidencia en el libro con el que iluminó los años de su vejez, ya que pese a lo mucho de notable que en él existe, no vaciló en añadir auténticos dislates. Así, por ejemplo, cuando habla de su Zaldivia natal prodiga las exageraciones e incluso llega a decir que desde la cumbre de Larrunarri, en Aralar, se distingue el puerto de San Sebastián y las barcas que hay en él.
No es de extrañar, por esto, que el Padre Carmelo Echegaray le llame a su obra “ monumento a la candidez” y que Caro Baroja afirme: “ Iztueta era un hombre cándido” Sobre los mismos o parecidos rumbos se orienta Fausto Arocena cuando al referirse a nuestro personaje en su “Diccionario Biográfico Vasco”, “ Su historia de Guipúzcoa , es decir, su “ Condaira” es importante cuando narra hechos directamente observados”.
Muchas son las cosas constatadamente ciertas y , por tanto, de valor histórico que recoge Iztueta. Quizás una de las más divertidas sea la sucedida a uno de sus paisanos, un hermano llamado Pedro de argaya que, según he venido a saber, nació en el caserío de Urtesabe que, en los libros antiguos recibe el nombre de “palacio”. (El apellido Argaya ha desaparecido hoy de Zaldivia).
Como digo, el tal Pedro de Arguya era hermano lego y cumplía misión de limosnero por tierras de Oropesa. Cierto día, mientras a lomos de un borrico se dirigía de un pueblo a otro, le solió al paso un individuo de aspecto y fama feroces, al que la gente conocía por «el Maragato». Con su cabeza puesta a precio y un pesado fardo de crímenes sobre las espaldas, «el Maragato» encañonó al fraile y le exigió «la bolsa o la vida».
Sin vacilar un momento. Argayo. arrojó el dinero al suelo y cuando el bandido se inclinó para recogerlo... ¡se le echó encima! Durante unos instantes lucharon a brazo partido y cuando todo acabó, quien quedaba para contarlo era el guipuzcoano. Su rival yacía sin vida.
La historia terminó de una manera completamente feliz. Pedro de Argaya recibió del rey Carlos IV una pensión vitalicia de ocho mil reales y con ellos pudo cantar misa, abandonando sus correrías limosneras.
Por cierto que según me dijo el párroco de Zaldivia, el señor Allende Salazar vio en la Real Pinacoteca de Londres un cuadro en el que se glosaba este hecho.
Defensor a ultranza de las cosas del País, Iztueta prestó una particular atención al versolarismo y ello hasta el extremo de poder ser considerado como el primer cronista en la materia. José Antonio de Arana, en un trabajo publicado con motivo del IV Centenario de la fundación de Guernica como villa, incluía este párrafo «Iztueta, primer cronista de versolarismo (con permiso de Garibay, que nos habla de improvisadores del siglo XV)».
El jesuita Antonio Zavala, que tan ensalzable labor está desarrollando en la investigación del versolarismo y cuya labor conozco a través de sus artículos de nuestro fraterno colega «El Diano Vasco», de San Sebastian, también se refiere al mérito pionero del zaldiviatarra. He aquí su opinión:
«He querido aducir todas estas noticias de Iztueta porque son de enorme importancia. Antes de las fechas citadas , apenas se encuentra otra cosa que confusión y fragmentos. Pacientes investigaciones podrá aportar alguna luz, pero hoy por hoy lo tenemos todo muy oscuro. Es Iztueta uno de los hombres que más ha amado nuestro pueblo, quien nos lanza de golpe un chorro de luz y tiene así el inmenso mérito de ser el iniciador de la historia del versolarismo, dando fin a lo que podría llamarse su prehistoria».
El mismo autor nos cuenta cómo, en una ocasión, Iztueta fue llamado a ser juez en un duelo entre los célebres versolaris Zabala y Chabalategui, no pudiendo arbitrarlo por causa de una enfermedad. También nos dice que se indignaba con los vanidosos que tomaban a chanza a los versolaris y con los alcaldes que prohibían este tipo de esparcimientos, colocando en la cárcel incluso a los que lanzaban un «irrintzi» en la noche.
Para quien lee la obra de Iztueta, tanto la primeriza como la de su vejez, resaltan los importantes factores positivos de esta que aplastan y aniquilan lo que escribió llevado de su excesivo candor y de una escasa reflexión.
Su mismo estilo, demasiado rebuscado, cansa a veces pero por lo que se descubre a través de él, bien merece el esfuerzo de abrirse paso entre tanta hojarasca gratuita.
Iztueta, pese a lo positivo y a lo negativo, se revela como un personaje trascendente. Y la verdadera dimensión de su importancia la ha dado, como nadie, Julio Caro Baroja al decir: «El candoroso escritor guipuzcoano vio algo que no vieron los detractores de las damas, ni los folkloristas más modernos, atentos a la interpretación estética o comparativa de las mismas. Su profundo significado dentro de la sociedad rural, cofín, un elemento para fijar o proteger el orden social, Iztueta, musicólogo, escritor en prosa, vate popular, empleado humilde y aventurero en un momento de su vida, era un excelente observador, un precursor sí se quiere de ciertas tendencias modernas en los estudios etnológicos y aún en lo que se llama antropología social. Poco erudito, buscó en la misma sociedad de su juventud los elementos fundamentales para explicarse la pujanza, la perfección de la coreografía de su tierra amada, y vio ya lo que ocurría en el siglo XIX como algo en decadencia o tránsito».
EL PRIMER CRONISTA DE LOS VERSOLARIS
Pero el caso es, que veinte años después de dar a las imprentas la obra antes mencionada, el zaldivitarra volvió a ponerse en contacto con los editores y les encomendó un nuevo y preciso manuscrito: la “ Guipuzcoaco provinciaren condaira edo historia” ; una descripción de la Guipúzcoa de su tiempo. Allí fue donde dio la medida de su perspicacia y de sus agudas dotes de observación, recogiendo una “suma” de aspectos de lo más interesantes.
Iztueta, hay que reconocerlo, pese a su afición a escribir y a las buenas dotes con las que desarrollaba esta tarea, no era hombre demasiado cultivado. Se trataba de un autodidacta y aunque en este aspecto no hay duda de que exagera , él mismo afirma, como recoge Francisco Gascue, “ que aprendió penosamente a leer sin enseñanza de escuela”
La pobre raíz cultural de Iztueta se puso en evidencia en el libro con el que iluminó los años de su vejez, ya que pese a lo mucho de notable que en él existe, no vaciló en añadir auténticos dislates. Así, por ejemplo, cuando habla de su Zaldivia natal prodiga las exageraciones e incluso llega a decir que desde la cumbre de Larrunarri, en Aralar, se distingue el puerto de San Sebastián y las barcas que hay en él.
No es de extrañar, por esto, que el Padre Carmelo Echegaray le llame a su obra “ monumento a la candidez” y que Caro Baroja afirme: “ Iztueta era un hombre cándido” Sobre los mismos o parecidos rumbos se orienta Fausto Arocena cuando al referirse a nuestro personaje en su “Diccionario Biográfico Vasco”, “ Su historia de Guipúzcoa , es decir, su “ Condaira” es importante cuando narra hechos directamente observados”.
UN FRAILE VALIENTE
Muchas son las cosas constatadamente ciertas y , por tanto, de valor histórico que recoge Iztueta. Quizás una de las más divertidas sea la sucedida a uno de sus paisanos, un hermano llamado Pedro de argaya que, según he venido a saber, nació en el caserío de Urtesabe que, en los libros antiguos recibe el nombre de “palacio”. (El apellido Argaya ha desaparecido hoy de Zaldivia).
Como digo, el tal Pedro de Arguya era hermano lego y cumplía misión de limosnero por tierras de Oropesa. Cierto día, mientras a lomos de un borrico se dirigía de un pueblo a otro, le solió al paso un individuo de aspecto y fama feroces, al que la gente conocía por «el Maragato». Con su cabeza puesta a precio y un pesado fardo de crímenes sobre las espaldas, «el Maragato» encañonó al fraile y le exigió «la bolsa o la vida».
Sin vacilar un momento. Argayo. arrojó el dinero al suelo y cuando el bandido se inclinó para recogerlo... ¡se le echó encima! Durante unos instantes lucharon a brazo partido y cuando todo acabó, quien quedaba para contarlo era el guipuzcoano. Su rival yacía sin vida.
La historia terminó de una manera completamente feliz. Pedro de Argaya recibió del rey Carlos IV una pensión vitalicia de ocho mil reales y con ellos pudo cantar misa, abandonando sus correrías limosneras.
Por cierto que según me dijo el párroco de Zaldivia, el señor Allende Salazar vio en la Real Pinacoteca de Londres un cuadro en el que se glosaba este hecho.
OTRO MERITO DE IZTUETA
Defensor a ultranza de las cosas del País, Iztueta prestó una particular atención al versolarismo y ello hasta el extremo de poder ser considerado como el primer cronista en la materia. José Antonio de Arana, en un trabajo publicado con motivo del IV Centenario de la fundación de Guernica como villa, incluía este párrafo «Iztueta, primer cronista de versolarismo (con permiso de Garibay, que nos habla de improvisadores del siglo XV)».
Esta es la lápida que en 1929 le erigieron a Iztueta en la "Iztueta-Enea" , de Zaldivia. Con esa ocasión el P. Donosti leyó unas emocionadas cuartillas. |
El jesuita Antonio Zavala, que tan ensalzable labor está desarrollando en la investigación del versolarismo y cuya labor conozco a través de sus artículos de nuestro fraterno colega «El Diano Vasco», de San Sebastian, también se refiere al mérito pionero del zaldiviatarra. He aquí su opinión:
«He querido aducir todas estas noticias de Iztueta porque son de enorme importancia. Antes de las fechas citadas , apenas se encuentra otra cosa que confusión y fragmentos. Pacientes investigaciones podrá aportar alguna luz, pero hoy por hoy lo tenemos todo muy oscuro. Es Iztueta uno de los hombres que más ha amado nuestro pueblo, quien nos lanza de golpe un chorro de luz y tiene así el inmenso mérito de ser el iniciador de la historia del versolarismo, dando fin a lo que podría llamarse su prehistoria».
El mismo autor nos cuenta cómo, en una ocasión, Iztueta fue llamado a ser juez en un duelo entre los célebres versolaris Zabala y Chabalategui, no pudiendo arbitrarlo por causa de una enfermedad. También nos dice que se indignaba con los vanidosos que tomaban a chanza a los versolaris y con los alcaldes que prohibían este tipo de esparcimientos, colocando en la cárcel incluso a los que lanzaban un «irrintzi» en la noche.
UNA CLARA DEFINICION
Para quien lee la obra de Iztueta, tanto la primeriza como la de su vejez, resaltan los importantes factores positivos de esta que aplastan y aniquilan lo que escribió llevado de su excesivo candor y de una escasa reflexión.
Su mismo estilo, demasiado rebuscado, cansa a veces pero por lo que se descubre a través de él, bien merece el esfuerzo de abrirse paso entre tanta hojarasca gratuita.
Iztueta, pese a lo positivo y a lo negativo, se revela como un personaje trascendente. Y la verdadera dimensión de su importancia la ha dado, como nadie, Julio Caro Baroja al decir: «El candoroso escritor guipuzcoano vio algo que no vieron los detractores de las damas, ni los folkloristas más modernos, atentos a la interpretación estética o comparativa de las mismas. Su profundo significado dentro de la sociedad rural, cofín, un elemento para fijar o proteger el orden social, Iztueta, musicólogo, escritor en prosa, vate popular, empleado humilde y aventurero en un momento de su vida, era un excelente observador, un precursor sí se quiere de ciertas tendencias modernas en los estudios etnológicos y aún en lo que se llama antropología social. Poco erudito, buscó en la misma sociedad de su juventud los elementos fundamentales para explicarse la pujanza, la perfección de la coreografía de su tierra amada, y vio ya lo que ocurría en el siglo XIX como algo en decadencia o tránsito».
VICENTE TALON